Tenía que suceder

Jueves, a pocos minutos para las nueve de la noche. No es que se me haga tarde pero tampoco andamos sobrados de tiempo. Entro en la habitación, ella está allí, siempre está allí desde que la trajimos a casa. Mochilita con nuestras cosas (las mías, las suyas). La cojo, la acompaño como siempre para salir de la habitación y enfilar el pasillo hacia la puerta.

Apenas salimos de la habitación, un par de pasos por el pasillo y enseguida noto que algo no marcha, la noto rezongona. Si no la conociera bien pensaría que hoy no le apetece salir, venirse conmigo. Sé que no es eso. Algo le pasa. Unos costosos pasos más, estamos a la altura de la cocina, la luz del fluorescente que filtra la cristalera nos alumbra ahora pero sigo sin ver el motivo de su cabeceo oscilante. Aprieto el pulsador del aplique del pasillo y enseguida entiendo sus razones.

Efectivamente, no estaba bien. Sabía que algo así tarde o temprano pasaría. Hasta ahora había gozado de una salud envidiable. Se había criado en casa con suma facilidad, como quien dice sola. Ni una queja, ni una molestia. Pero era de suponer que pasaría. Se me cae el mundo encima, no por la prisa que ya empiezo a tener para acudir puntual al ensayo del coro; me he quedado petrificado, la prisa no puede luchar contra mi desolación.

La devuelvo con el máximo cariño de que soy capaz a la penúltima habitación del pasillo a mano izquierda. Procuro evitar un exceso de presión cuando la acompaño. Sus rodados pasos son lentos pero sigue sin quejarse. La acomodo en su sitio, creo que me mira como pidiendo perdón por lo que le ha pasado, por el perjuicio que me ocasiona.

La miro, procuro sonreirle ocultando el desazonamiento que siento. Sé que ella no tiene la culpa, sé que de eso nadie tiene la culpa. Venga bonita no te preocupes, descansa que no tardo nada en volver y le ponemos solución. Saco de la mochila sus cosas y dejo las mías (y entre ellas las partituras del ensayo del coro). Apago la luz y salgo de la habitación sin hacer mucho ruido hasta llegar al zaguán, cojo del estante de piedra las llaves del coche y salgo disparado hacia la otra punta del pueblo.

Será lo que estamos ensayando, será que no tengo la cabeza donde debe estar, se me hace larga la espera hasta llegar a casa y comprobar como se encuentra. Igual, nada ha cambiado.

Sabía que tarde o temprano sucedería y sucedió. Debió ocurrir ayer noche, cuando juntos volvíamos del ensayo de los miércoles. A saber en qué calle encontraría ese virus punzante que me ha dejado coja a la niña. Bueno, no hay que darle más vueltas. Se impone una solución y debo dársela yo. Es mi responsabilidad, es mi niña y yo soy su todo.

Sucedió y en el fondo no se cómo apañármelas. Tengo alguna idea. Alguna vez, poquísimas lo he visto hacer. Debo ponerme y sobreponerme. Al fin y al cabo (dirá la gente), ¡tan sólo es un pinchazo!

Efectivamente, será sólo un pinchazo, pero es su primer pinchazo, nuestro primer pinchazo.
Ella está ahora mismo en la penúltima habitación del pasillo a mano izquierda, allí con la luz apagada y la rueda delantera pinchada.

Han tenido que pasar casi un par de días para poder resolver el pinchazo. Obligaciones personales y familiares y especialmente que ella no me pedía con urgencia la reparación, han impedido que pusiera remedio con más celeridad. Aunque en el fondo, ¿a quién quiero engañar? La verdad es que lo he ido dejando por miedo a meterle mano al arreglo.

Es ya sábado por la tarde, dentro de unas pocas horas si el tiempo no lo remedia tenemos que salir ella y yo, en compañía de buenos amigos a una rodada desde Algemesí al Mondúver (ida y vuelta). No debo prolongar ya más esta agonía. Me pongo manos a la obra.

Esto de arreglar un pinchazo (al menos lo de cambiar una cámara) lo he visto ya hacer en dos o otres ocasiones, lo de poner un parche eso sí que no. Pero vamos a ello.

No me ha sido tarea tan sencilla como parecía sacar la cámara pinchada y menos aún poner la nueva pero hecho está y la pinchada con su parche. De momento la niña ya está bien o eso parece, que no pasan más de unos pocos minutos que no entre y vuelva a entrar constantemente en la penúltima habitación del pasillo a mano izquierda y que oprima (eso sí con mimo) entre los dedos pulgar e índice de la mano izquierda la cubierta de la rueda delantera. Aparentemente todo está normal, la sigue teniendo inflada y bien inflada. Vewremos que tal mañana... que por las noches ya se sabe, los males son más males pero cuando amanece la cosa cambia... o así lo deseo.

Ttenía que suceder y sucedió, temía que llegara este momento de ciclista primerizo y aunque lento, me siento orgulloso, creo que dí (anque lento) la talla. La niña ya está lista y yo mucho más tranquilo.