Tenía que suceder

Jueves, a pocos minutos para las nueve de la noche. No es que se me haga tarde pero tampoco andamos sobrados de tiempo. Entro en la habitación, ella está allí, siempre está allí desde que la trajimos a casa. Mochilita con nuestras cosas (las mías, las suyas). La cojo, la acompaño como siempre para salir de la habitación y enfilar el pasillo hacia la puerta.

Apenas salimos de la habitación, un par de pasos por el pasillo y enseguida noto que algo no marcha, la noto rezongona. Si no la conociera bien pensaría que hoy no le apetece salir, venirse conmigo. Sé que no es eso. Algo le pasa. Unos costosos pasos más, estamos a la altura de la cocina, la luz del fluorescente que filtra la cristalera nos alumbra ahora pero sigo sin ver el motivo de su cabeceo oscilante. Aprieto el pulsador del aplique del pasillo y enseguida entiendo sus razones.

Efectivamente, no estaba bien. Sabía que algo así tarde o temprano pasaría. Hasta ahora había gozado de una salud envidiable. Se había criado en casa con suma facilidad, como quien dice sola. Ni una queja, ni una molestia. Pero era de suponer que pasaría. Se me cae el mundo encima, no por la prisa que ya empiezo a tener para acudir puntual al ensayo del coro; me he quedado petrificado, la prisa no puede luchar contra mi desolación.

La devuelvo con el máximo cariño de que soy capaz a la penúltima habitación del pasillo a mano izquierda. Procuro evitar un exceso de presión cuando la acompaño. Sus rodados pasos son lentos pero sigue sin quejarse. La acomodo en su sitio, creo que me mira como pidiendo perdón por lo que le ha pasado, por el perjuicio que me ocasiona.

La miro, procuro sonreirle ocultando el desazonamiento que siento. Sé que ella no tiene la culpa, sé que de eso nadie tiene la culpa. Venga bonita no te preocupes, descansa que no tardo nada en volver y le ponemos solución. Saco de la mochila sus cosas y dejo las mías (y entre ellas las partituras del ensayo del coro). Apago la luz y salgo de la habitación sin hacer mucho ruido hasta llegar al zaguán, cojo del estante de piedra las llaves del coche y salgo disparado hacia la otra punta del pueblo.

Será lo que estamos ensayando, será que no tengo la cabeza donde debe estar, se me hace larga la espera hasta llegar a casa y comprobar como se encuentra. Igual, nada ha cambiado.

Sabía que tarde o temprano sucedería y sucedió. Debió ocurrir ayer noche, cuando juntos volvíamos del ensayo de los miércoles. A saber en qué calle encontraría ese virus punzante que me ha dejado coja a la niña. Bueno, no hay que darle más vueltas. Se impone una solución y debo dársela yo. Es mi responsabilidad, es mi niña y yo soy su todo.

Sucedió y en el fondo no se cómo apañármelas. Tengo alguna idea. Alguna vez, poquísimas lo he visto hacer. Debo ponerme y sobreponerme. Al fin y al cabo (dirá la gente), ¡tan sólo es un pinchazo!

Efectivamente, será sólo un pinchazo, pero es su primer pinchazo, nuestro primer pinchazo.
Ella está ahora mismo en la penúltima habitación del pasillo a mano izquierda, allí con la luz apagada y la rueda delantera pinchada.

Han tenido que pasar casi un par de días para poder resolver el pinchazo. Obligaciones personales y familiares y especialmente que ella no me pedía con urgencia la reparación, han impedido que pusiera remedio con más celeridad. Aunque en el fondo, ¿a quién quiero engañar? La verdad es que lo he ido dejando por miedo a meterle mano al arreglo.

Es ya sábado por la tarde, dentro de unas pocas horas si el tiempo no lo remedia tenemos que salir ella y yo, en compañía de buenos amigos a una rodada desde Algemesí al Mondúver (ida y vuelta). No debo prolongar ya más esta agonía. Me pongo manos a la obra.

Esto de arreglar un pinchazo (al menos lo de cambiar una cámara) lo he visto ya hacer en dos o otres ocasiones, lo de poner un parche eso sí que no. Pero vamos a ello.

No me ha sido tarea tan sencilla como parecía sacar la cámara pinchada y menos aún poner la nueva pero hecho está y la pinchada con su parche. De momento la niña ya está bien o eso parece, que no pasan más de unos pocos minutos que no entre y vuelva a entrar constantemente en la penúltima habitación del pasillo a mano izquierda y que oprima (eso sí con mimo) entre los dedos pulgar e índice de la mano izquierda la cubierta de la rueda delantera. Aparentemente todo está normal, la sigue teniendo inflada y bien inflada. Vewremos que tal mañana... que por las noches ya se sabe, los males son más males pero cuando amanece la cosa cambia... o así lo deseo.

Ttenía que suceder y sucedió, temía que llegara este momento de ciclista primerizo y aunque lento, me siento orgulloso, creo que dí (anque lento) la talla. La niña ya está lista y yo mucho más tranquilo.

Ausencia, por primera vez

Esta es la primera noche que ella no pasa en casa. El penúltimo cuarto del pasillo a mano izquierda esta noche está desierto. Sólo alguno de sus complementos sobre el edredón azul a cuadros y en el ambiente el aroma que despide cuando está a punto para salir.
Esta noche no me hago a la idea, ella no está en casa. Está en lugar seguro, no sé si más agradable para ella, por aquello de la compañía y esas cosas. Está relativamente cerca y emocionalmente lejos.
Se nota su hueco, se echa de menos su fino velo de polvo caminero. Esta noche es la primera que pasa fuera de casa. Se quedó junto a otras amigas, algunas sin estrenar aún, otras con más mili que el Capitán Tan. Se quedó para mejorar.
En el taller la mejorarán.
Cuando vuelva el viernes, no estará más bonita porque estarlo no se puede, pero seguramente tendrá más abiertas las alas, con más dientes en sus piños y subieremos las cuestas con más facilidad. Subiremos más cuestas, todas las cuestas... aunque a veces las hay que cuesta... como la vida misma.
Le hice caso a Pollo11, lo consulté con Floren, lo ratificaron las manos que se encargarían de darle más vida (larga vida le deseo). Mi bicicleta, cuando vuelva el viernes tendrá 27 marchas, un par de piñones con más dientes, unas manetas doore más dulces de usar, el manillar algo más bajo... y lo que algo sí me duele, la rueda trasera nueva... será al final diferente de la delantera... creo que eso no me gusta... como aquel día que me fuí a tomar café con un zapato de cada color...
El viernes está cerca... pero a mi me parece tan lejos... ya tengo ganas de recogerla...

Vuelta a la Albufera de Valencia


Este sábado pasado tuve una nueva y grata experiencia cicloturista. Apenas 76 kilómetros en una mañana, entre campos inundados a la espera de la semilla del arroz, pinos y arena en la Dehesa de El Saler, alumerzo en El Palmar y sobre todo la sensación grata de estar en buena compañía.

Además aprendí a subir cuestas sin desfallecer, aprendí a ir más poco a poco cuando es necesario y recordé lejanos años de pedaleo solitario que creía olvidados.

Reconocí aquel vientecillo tan viejo como los años pasados, advertí de nuevo los olores que pensaba formaban parte del sueño literaturizado. Fué un ir y venir... tan sólo eso, un ir y venir, que quizás no sea tan difícil de entender... un ir... un venir... y ya estar en casa... de nuevo. Accede al relato si quieres.

Paco llevaba el casco puesto

Tres y pico de la tarde de ayer jueves 20 de mayo de 2010. Mi amigo Paco circula con su biblicleta por las calles de Manises. Viene de pasar un buen rato pedaleando por el parque fluvial del Turia (en su parte más urbana de la Ciudad de las Ciencias).

Vendrá cansado, seguro que algo cansado con sus sesenta y bastantes años a cuestas. Pero vendrá feliz. Habrá comido un bocata en alguno de los muchos kioscos que hay en aquella parte (es un amplísimo jardín muy urbanizado). Esa misma mañana había estrenado su nuevo equipamiento ciclista (el día anterior por la tarde se compró en el Decathlón un maillot y unos culottes cortes. Vino antes de partir a enseñármelo. Qué juvenil... qué radiante... se le veía feliz.


Y se fué, debió disfrutar mucho de aquel par de horas subido a su recién estrenada (un par de meses a lo sumo) bicicleta. Se fué.


Tres y pico de la tarde de ayer jueves 20 de mayo de 2010. Paco vuelve de su periplo ciclero por el río. Entra en Manises por la parte del flamante puente de tirantes blancos. Seguirá por la calle sagrario, plaza del Castell y calle Cura Catálá. Todo bien, hasta que a mitad altura de la calle Cura Catalá un coche (un wolswagen passat gris oscuro) viene por detrás... no le adelanta claro, no puede, la calle es muy estrecha (todas estas del casco antiguo lo son). Tuerce a mano izquierda por la calle Cervantes (dirección obligatoria) y el coche (un wolswagen passat gris oscuro) drés. Paco oye como el coche ruge empujado por el pedal del conduct@r. Paco oye el rugido, se gira, ve que le apura demasiado... la calle es muy estrecha y hay coches aparcados en un lado de la calzada.... sigue Paco delante, el coche (un wolswagen passat gris oscuro) sigue apurando... debe de estar ya muy nervios@/desesperad@ el conduct@r...


Paco tuerce a la derecha esquina calle Mayor (dirección obligatoria) Paco se encuentra con una pareja de peatones que en este momento van por el centro de la calle. Paco intenta esquivarlos abriéndose más en la esquina. El coche (un wolswaguen passat gris oscuro) ve abierta la puerta del cielo, ya tiene espacio para passar aunque no deba de hacerlo. El coche (un wolswaguen passat gris oscuro) empujado por su conduct@r desesperad@ (ridículamente desesperad@, absurdamente desesperad@ aprovecha la ocasión e intenta adelantar a Paco subido en ese momento aún a su bicicleta. El coche (un wolswaguen passat gris oscuro) pasa justito pero acaba empujando la rueda trasera de la bicicleta de Paco. Paco y su bicicleta se van al suelo... muy al suelo, como unos cuatro o cinco metros de suelo... susto general... la pareja de peatones que transitaban por el centro de la calzada de la calle Mayor asustados, unas niñas que lo vieron desde su balcón asustadas, una madre que llevaba a su bebé en el cochechito por la acera asustada, el coche (un wolswaguen passat gris oscuro) ni se paró... se fué... y nunca más se supo.


Paco quedó tirado en el suelo, perdió la zapatilla del pie derecho. Fué asistido por los que pasaban... el coche (un wolswagen passat gris oscuro) no lo auxilió, ni paró, ni preguntó, ni nada.


Afortunadamente a mi amigo Paco sólo le queda del asunto mucho susto, algunas partes del cuerpo untadas de betadine, tensión e indignación. El coche (un wolswaguen passar gris oscuro) le apuraba... le apuraba tanto que lo tiró y no se paró... no paró. Paco llevaba el casco puesto (le vino muy bien porque recuerda el golpe)... es tan buena persona que ni siquiera había presentado denuncia... Ya... me dice esta mañana... pero... ¿contra quién? no tomamos su matrícula... Claro... para tomar matrícula alguna estaban... estaban para atenderlo los que lo atendieron... el/la (sabemos lo que es...) conductor del coche (un wolswaguen passatr gris oscuro) no paró, ni tomó nota, ni preguntó... sin duda una mala persona...


Paco denunció esta mañana y también le han reconocido en el centro de salud... Nada grave... bueno, la indignación que siente... eso sí que es grave... del coche (un wolswaguen passat gris osucuro) ya no se supo y el pensar lo que hubiera podido suceder...


Paco está bien, yo estoy bien... ¿cómo estará el/la conductor del... wolswaguen passat gris oscuro... ¿podrá guarecerse bajo la excusa de no haberlo visto?.... pues como poder podrá... pero no se debe... que sepa que no se debe...


Mi primera ruta cicloturista: La Via Verde Ojos Negros


He tenido una experiencia personal grata, muy grata y que ya he ido compartiendo con mis amigos del foro de Rodadas.net. Estaba como es normal (vía mensaje) bastante fraccionada la crónica de este asunto, mi primera experiencia cicloturística (La Vía Verde Ojos Negros). Le he dado un poco más a la tecla y estirado el tiempo y la he recopilado (más o menos) toda junta.

Está en formato pdf, para que el que quiera y tenga ganas se la pueda bajar (o imprimir incluso), para leerla con la calma que yo me he tomado en escribirla.


A los que me habéis seguido, ayudado y soportado... muchas gracias por todo, con el deseo de que no sea la última (que no lo será).

De Llíria a Rafelbunyol

Domingo, 21 de marzo de 2010. 8:30 horas de la mañana. Nublado. Muy nublado. La imagen del callejón que veo desde la ventana del dormitorio es radicalmente diferente a la que esperaba. Dudo. Dudo mucho.

¿Te vas por fin? –Me pregunta.

Sí, creo que sí –contesto no muy decidido.

Debo ir –me digo a mí mismo.

Sí, me voy –le contesto con decisión pero intentando disimular que no es nada fácil, que quizás no es buena idea, que hace mal tiempo y que puede llover, que no tengo ropa impermeable todavía, que mejor dejarlo para otro momento que tiempo habrá (intentando hacer verdad aquello de más días que longanizas, pero es que en casa no hay longanizas desde hace un par de meses más o menos, estamos a régimen).

Me voy, la ilusión que tengo en esto me puede más que todos los miedos que tengo amochilados desde hace tiempo a la espera de... no se qué, pero debo intentarlo. Es domingo, 21 de marzo de 2010, ella espera y yo la estuve esperando. Ahora, hoy podemos estar juntos. Iniciar no sé que tipo de aventura, corrida, rodada, circulada... nos vamos, decididamente nos vamos. Sé que no se va a quedar tranquila en casa. Sé que se me va a caer la casa encima si me quedo. Un sé en una mano y un sé en la otra... sopeso... decididamente me voy.


Me levanto, al baño (a lo que debemos ir todos en semejante hora), busco la ropa apropiada. Me pruebo el pantalón. Muy ajustado. Una segunda piel (fresquita por cierto) y una cosa muy rara que llaman badana, una gigantesca especie de compresa mullidita. Nunca había tenido esa sensación ni llevado cosa semejante a una compresa, una ventaja –supongo- de ser hombre. Camiseta, jersey, chaqueta cortavientos comprada hace un par de años o tres en Decathlón por cuatro chavos para el Camino de Santiago (muy útil, una inversión genial porque la he usado hasta para ir de paseo y al trabajo).

Voy a la cocina, desayuno café con leche y galletas María Dorada. Ella está encantada de verme desayunar en casa. (Siempre le hizo ilusión que desayunáramos juntos en casa, pero uno es más de cortadito en el bar, pero es domingo, temprano y ningún bar abierto en el barrio). Desayuno en casa, lleno el bidón de plástico de "Bicicletas Abad" tras haberlo enjuagado mucho, pero que mucho desde que lo tengo, pero jamás deja de tener el agua sabor a plástico, o a petróleo o yo que sé. Sin duda es un mal bidón pero sólo me acuerdo de comprar otro cuando voy a llenar este. (Han pasado ya varias semanas desde aquel domingo 21 de marzo de 2010 y sigo sin comprarlo y sigo acordándome de hacerlo sólo cuando lo lleno este de agua).

Ella me prepara un par de sándwiches de queso y pamplonés que pone en una bolsa de cierre hermético junto a una servilleta de papel, (me encanta lo meticulosa que es en muchas cosas... está en todo). Todo a la mochila: sandwiches, bolsa de plástico para restos, navajita, herramienta multiusos, candado tipo muelle que pesa un muerto, luz frontal (no se para qué, pero como siempre "porsi"), la cartera con documentación, el monedero (que no me sirvió de nada... muy raro pero no me tomé ni un cortadito en toda la mañana... ya tenía yo suficiente con intentar sobrevivir al intento). Sigo... monedero, la bolsita de tabaco, la pipa, los trastos de encender (la pipa), llaves de casa (porque en ellas va la del candado)... Todo.

Me voy –le digo.

Cuídate –me dice con cariño mientras nos acompaña por el pasillo hasta la puerta del descansillo. Me despido con un hasta luego de ella y por ella (la segunda ella que es la que se viene conmigo todavía no habla... o al menos yo le hablo pero ella no contesta).

Salimos del portal, me pongo los guantes con los dedos al aire, como antes se veía en los cuentos en los que siempre había un pobre con sombrero, levita hecha polvo y guantes gastadísimos hasta lo infinito dejando salir las puntas de los dedos o los dedos al completo. Pues así (de raro) me siento yo con estos guantes. Y me pongo el casco. El casco... qué cosa más curiosa cuando lo tuve por primera vez en mis manos. ¡Si es que no pesa nada! Es todo corcho con una fina cubierta de plástico rígido, pulido y brillante por el exterior... ¿Y esto tan liviano protegerá? No se lo dije al vendedor, pero lo pensé. Lo sigo pensando. Pero como la recomendación generalizada es que hay que llevarlo, pues a ello. Y no se me ha olvidado ningún día. Es más, es que no me muevo ni un palmo sin él. Le tengo ya cariño, a pesar de que cuando me lo quito el pelo se ha acoplado a la forma del interior y se me queda una especie de ondas que me recuerdan a un bicho extraterrestre que vi en una película (lo siento, no sé cuál, mala memoria que tengo y poco interés que uno le viene poniendo a esto del cine).

Casco puesto, contador a cero tras pulsar simultáneamente las dos únicas teclitas que tiene el contador.

Nos vamos.

Ya nos fuimos.

Empezó todo.

Salgo de Manises (sigue muy nublado) en dirección a la estación de Metro de Paterna. Parece incluso que chispea. Dudo. Dudo mucho si es buena idea salir con este pronóstico de tiempo. Llego a la estación, está absolutamente desierta. Entro con la bici en la estación. Pregunto al señor de la ventanilla si puedo ir a subir al metro con la bicicleta hasta Llíria (sonríe y no se porqué), me dice que sí y compro un billete de ida (que para la vuelta desde Rafelbunyol ya llevo el bonometro de mi zona, que es la A-B).



Con el billete en la mano salimos de la estación, este es el verdadero inicio. Aparco la bici fuera apoyada en un banco (que todavía no me han puesto el artilugio para aparcar la bici como "diosmanda"). Me siento, me levanto, apenas hay ya una o dos personas en la estación. Me vuelvo a sentar. Enciendo la pipa mientras espero que llegue el tren. No llega. Sigo fumando. Algunas personas más llegan para esperar el metro. Por fin llega uno. No. Este no debe ser porque se queda estacionado en la vía de enfrente y el señor de la taquilla me ha dicho que la vía hacia Llíria era en la que yo estaba y por megafonía no han anunciado cambio alguno. Efectivamente ese tren se va por donde vino. ¡Bien hecho! De momento sin equivocaciones.
 
Llega por fin el transporte. Nos subimos. El tren está casi como la estación: desierto. No sé que hacer con ella, es la primera vez que nos subimos juntos al tren. Hago todo el trayecto en la parte de las puertas, de pie intentando mantener la estabilidad de ambos. El trayecto se hace corto. Van pasando los pueblos, las estaciones.
 
Veo charcos, muchos charcos. Mal pinta la cosa. Pero ya estamos en ello, no hay vuelta atrás. Bueno sí la hay, pero nobleza obliga. El tren avanza rápido. Llegamos a Llíria.
 
Nos bajamos. Feliz, ilusionado. Primera foto. Muy mala foto. Bueno ahora no importa. Estamos aquí y eso sí que importa. Casco, guantes sin dedos, consulto el cuadernillo de la ruta nº 17 del metrobici (me hice un cuadernillo para tenerlo todo más claro, con la letra más gorda, los párrafos mejor separados y al final un mapilla que no llegué a consultar).
 
Iniciamos la subida por una calle hasta el centro. Menuda subida. Imposible subir. Me bajo. Mal empezamos. Voy a pie tirando de ella, si no llego a bajarme a tiempo me caigo exhausto. Qué barbaridad de subida. Llego hasta la calle... no recuerdo el nombre ahora, habría que mirar el cuadernillo, pero no tengo ahora muchas ganas.
 
Primeras fotos. Siguen siendo malas las fotos. Tengo más ganas de rodar que de fotografiar. Esto mismo me seguirá pasando hoy y muchos días después. No controlo la prisa. No debería tenerla ni sentirla, pero no me abandona.
Una vez ya en llano, tirando más de bajada que otra cosa y en especial intentando levantar el culo para no resentirme al pasar los puñeteros badenes de las calles ¡Jodido invento! Salgo de Llíria. Magnífico carril bici hasta el Oasis de Sant Vicent. Qué recuerdos con la familia. Soledad absoluta. Le hago algunas fotos en la ermita. Siguen siendo muy malas fotos. Esto antes no pasaba. Será la camarita. La compré nueva hace poco pensando en que sería ideal para llevarla siempre en el bolso. ¡Fiasco! No es nada del otro mundo y las baterías se agotan en nada. Deberé rescatar mi vieja Olympus con pilas recargables, es posible que no tenga tantos megapíxeles de esos y abulta bastante más pero retrata mucho mejor con diferencia.



















Ermita de Sant Vicent, alguna foto más. Me siento un poco frente a ellas. Enciendo de nuevo la pipa. Apenas algunas chupadas nada más que tengo ganas de rodar ¿Venía a eso no? Doy alguna vuelta por el parque de gigantescos árboles. Desierto absolutamente. Una mujer con un carrito de la compra va repartiendo comida a los gatos (que los hay a puñados) y a las palomas. Les pone agua en unos recipientes de plástico que trae. Una pareja con un perrazo se detiene a hablar con ella.

Pasa un rato. Les hago alguna foto malísima en la distancia que luego en casa acabo por borrar. Apenas se ve nada. Sentado cerca de uno de los estanques veo pasar algún grupito familiar más. Poca gente, muy poca. Mucha diferencia con la última vez que estuve aquí con la familia, las sillitas y la mesa plegable y las niñas. ¿Cuántos años hará de esto? Diez, siete, once... Muchos y esto esta igual, igual de cuidado igual de frondoso.

Especialmente se añade hoy a la soledad la oscuridad de este domingo muy nuboso. Alguna gotita, nada de importancia. Subo a la bici y por el carril bici me dirijo a Marines, paso frente a él sin entrar. Mal hecho, debía acercarme hasta el bar Bella y tomar un cortadito. No entro y no se porqué.

Prometo no volver a pasar de largo. Sigo la ruta nº 17 del Bicimetro. A cada poco la voy ojeando, me sirve más o menos. Está bastante bien explicado todo, pero para uno no muy diestro es fácil perderse pero... ¡Milagro! Alguien tuvo el detalle de ir señalizando la ruta con unas plaquitas de fondo blanco y tinta roja con el logo del metro, una flechita y una bicicleta (creo... no estoy muy seguro de haber acertado con la descripción de la miniseñal... ahora me arrepiento de no haberle hecho alguna foto... me arrepiento ahora de no haber hechos muchas fotos... me arrepiento ahora de haber tenido demasiada prisa... o quizá demasiada emoción... bueno... de lo de la emoción no me arrepiento... lo escribo ahora y sigo sintiendo la misma... de eso no me arrepiento).

Sigo la ruta, caminos agrícolas entre extraordinarias explotaciones de naranjos, alguna granja y un poco por aquí un poco por allá alguna caseta de veraneo y fin de semana. Se oyen voces casi en todas... niños que juegan, ellas (las madres) que arreglan, ellos (los padres) que hacen alguna chapucilla o están en el terrenito de huerta... Tópico pero real... muy real.

Pues eso, caminos agrícolas, más piedras y más charcos de los que hubiera deseado, a veces hecho de menos las miniseñales del señor Bicimetro (pensé que debía escribirle para decirle que ponga más... muchas más... pero ahora, cuando escribo, me doy cuenta de que no lo hice... pero le agradezco en el alma las pocas que encontré).



















 
 
Un aljibe, luego dentro de otra gran finca con gran casa encontraré otro. Está abandonado, le hago alguna foto(nuevamente muy malas las fotos). Estas construcciones hidráulicas perdieron su uso tras la generalización del riego por goteo (quizás antes) y están ambos abandonadas, especialmente este primero, que al siguiente no pude acercarme por estar tras la valla metálica de la finca, pero supongo que estaría por el estilo. Son bonitos. Profundos, oscuros y están tocados ya de muerte segura.


Sigo, carril bici junto a una carretera por la que pasan ciclistas a toda pastilla, una zona residencial. Miro por su hay restaurante y tomar un cortadito. Creo que lo tienen pero me da pereza sacar el candado y atar la bici... y más que pereza, miedo... ¿y si me la roban? ¡Cuántas veces volveré a tener esta sensación! Bastantes... la sigo teniendo.

 
Sigo rodando, paso por una finca enorme con una masía espectacular con una bonita torre. "Masía de la Torre"... natural, no podía llamarse de otra manera. Largo camino de subida suave por el lateral de la finca. Alguna foto rematadamente mala y un par de charcos enormes que me hacen dudar de seguir todo recto. Pero la solución es fácil... ¿Volver por donde? Pues eso, todo recto. Intento pasar por la orilla de los charcos, donde debe de haber menos profundidad, los paso y no pasa nada, pero cuando salgo del mal trago pienso que tal vez no fue buena idea ir por la orilla de estos enormes charcos porque tal vez ahí el barrillo fuera más resbaladizo. En cualquier caso ¡Hurra!





Los pasé y no pasó nada malo.



De repente los Montes de Portaceli. Qué silencio más absoluto. No se oye nada. Estamos solos, la bicicleta, yo y unos muchos pinos y otros tantos arbustos de los que me siento incapaz de identificar y piedras, muchas piedras, el camino es casi más senda que otra cosa. De repente se fastidió el silencio. Ruidos que se acercan rápidamente. Un par de ciclistas que bajan como alma que lleva el diablo. ¡Qué velocidad! Se cruzan conmigo y ni me saludan, yo creo no llegaron ni a verme; apenas me atrevo a saludarles con la mirada y con un discreto ¡eh!

 

Ellos a lo suyo, disfrutando del tobogán que la naturaleza les ha montado. Sigo con mucha dificultad pedaleando hasta que llego a una pista forestal extremadamente cómoda. No encuentro señalización alguna. Consulto la guía de la ruta. (Aquí no dice nada... Señor Bicimetro por favor ponga más miniseñales). Me dejo llevar más por mi estado físico que por otra cosa, la tomo a la derecha, es de bajada. De repente una pareja (señor él, señora ella) que van paseando en subida. Ellos sí que me saludan, yo sí que les saludo. Pienso que con el tiempo que hace, con la amenaza de lluvia que suponen estos nubarrones que nos cubren... ¡también son ganas de salir a pasear! Claro todo eso sin pensar que ellos también debieron pensar que con el tiempo que hace, con la amenaza de lluvia que suponen estos nubarrones que nos cubren... ¡también son ganas de salir a pedalear! Pero ellos bien pudieron habérselo dicho (iban haciéndose compañía el uno al otro) en cambio yo, yo sólo lo pensé, porque no tenía nadie a quien decírselo. Bueno, con el pensamiento se lo dije a la bicicleta pero ella sigue con su costumbre de no contestar.

 
La pista forestal acaba justo donde empieza lo que parece la explanada de una feria de turismos de lujo y todoterrenos. ¡Anda que no había! Por lo menos cincuenta o sesenta... o más. ¿Qué puñetas hacen todos estos coches aquí en el borde de esta gigantesca pinada? No se ve a nadie. Solo están los coches y unas señales que te llevan a Náquera Serra al frente, Bétera a la derecha y la cartuja de Portaceli a la izquierda. No hice foto y no puedo recordar si estaban todas estas señales que acabo de enumerar. Pero conozco este sitio en concreto y mucho. Grandes recuerdos de crío con el Movimiento Junior de A.C. ¡Qué tiempos! Aquí, en una zona poca más arriba de la Cartuja que nuestro jefe de centro llamaba La Font del Berro, recuerdo haberme llevado a casa un eccema en la cara que tardó meses en curarse. Se curó claro y me quedó el recuerdo de esa acampada y otras muchas y de la fuente y de la pista forestal y de unos enormes eucaliptos que había alrededor de la fuente.


 









Tenía hambre ya. Era momento de hacer uso de los sándwiches que mi mujer me puso tan cuidadosamente en la bolsa de cierre hermético. Intenté buscar un sitio solitario donde almorzar, especialmente que estuviera lejos de tanto coche solitario. Pongo rumbo hacia la Cartuja. Menuda subida. Imposible subir pedaleando. Me paro justo donde a la izquierda hay un árbol (pino concretamente) gigantesco, monumental.
 
Hago fotos, algunas que no acaban de estar nada mal. Hay un cartel. La descripción del árbol, "Pi de la bassa". Me siento sobre una de sus raíces elevada. Al sentarme me acuerdo que algo en mí duele... duele mucho. La emoción del día había conseguido que no notara que el culo me estaba doliendo a rabiar. Me siento o medio siento sobre una bolsa de plástico del Mercadona que llevo para los desperdicios. Me siento sobre la bolsa para evitar llevarme de recuerdo adherido al culotte algún incómodo rastro de resina pinera, que no sería nada raro ni la primera vez que tal cosa sucede.

Almuerzo divinamente. De momento lo del culo soportable. El sabor a plástico del agua del bidón una cochinada. Vuelvo a pensar que tengo que comprarme uno como "diosmanda".


Y tomo la carretera Náquera-Serra. Divinamente asfaltada pero endemoniadamente empinada. Hago todas las subidas a pie tirando de la bicicleta. Me adelantan algunos ciclistas ufanos y veloces. Otros bajan más veloces todavía. El desviador de la cadena creo que no va muy bien o yo no sé manejar el cachivache. Puse el plato más pequeño para una subida y ahora la cadena se niega a volver al mediano... Que no hay manera. Al final me paro, apoyo la bici (vuelvo a recordar las ganas que tengo de que le pongan la pata de cabra –o como se llame el artilugio para apoyarla). Paso la cadena manualmente del plato pequeño al mediano. Esto no debe ser muy profesional pero es lo máximo que sé hacer. Sigo pedaleando en bajada veloz... muy veloz.

A Náquera por una urbanización. Me desvío por ella según la ruta nº 17 del Bicimetro. No hay mucho tráfico. Cae alguna gotita de lluvia. Cruzo la urbanización y sigo hasta Náquera.



La ruta me lleva bien hasta la salida del pueblo. Se acabó el asfalto y me dirijo hasta las trincheras del Cabeç Bord (1938). Solo consigo hacer foto de la señal indicadora de las trincheras. Me pierdo un poquito. El tiempo amenaza ya conque será cosa de más de cuatro gotas. No vuelvo atrás, intento salir de estos caminos ya en dirección a Rafelbunyol. Como me he salido (sin quererlo) de la ruta, no tengo muy claro hacia donde tengo que dirigirme pero la Providencia que todo lo provee (supongo... al menos en este caso funcionó la cosa) me hizo topar con un matrimonio mayor a bordo de un reluciente minicoche de los que se conduce sin carnet. Les pregunto. Me indican. Pues sí, estoy en el buen camino.




Sigo adelante hasta cruzar el By-Pas por un paso elevado. Mucho tráfico por la vía rápida (tanto en dirección Barcelona como en la de Valencia), pero por el camino que yo llevo no van hoy ni las águilas (será cosa de la lluvia, será que es domingo, será que se acerca la hora de la comida).


Cerca ya de Rafelbunyol encuentro una cruz de piedra sobre una esbelta columna. Quiero hacerle alguna foto que valga la pena. Todas salen horribles (será la cámara, la poca luz, las gotitas de lluvia) pero no hay ni una que valga la pena.


Desisto y enfilo recto hasta el pueblo. Localizo con facilidad la estación de MetroValencia. Subimos al andén. Del culo de momento ni me acuerdo ¡Es tanta la felicidad de haber llegado! Enciendo la pipa. Llamo a casa. Digo donde estoy y que pronto llego ya. Descubro con alegría que el metro me llevará directamente a casa... casi hasta la misma esquina. ¡Qué gozada! Es la línea Rafelbunyol-Aeropuerto. Magnífico. Llega el tren, la estación apenas ocupada por mi bicicleta, yo mismo y una pareja. Subimos. Arranca el convoy. Recto a casa tras hacer parada en muchos pueblos de la comarca de l’Horta Nord. Magnífica comarca, grandes recuerdos de gente que he conocido por ella y cosas que en ella me han pasado.

Salgo de la estación de Manises. Llueve a manta. Con rapidez alocada (hubiera podido resbalar y estropearlo todo al final) llego a casa. Feliz, contento, no quepo en mí. Sin decirlo me siento un héroe. En casa están comiendo ya. Yo ya almorcé/comí en el Pi de la Bassa. Les cuento todo, todo no pero lo más importante sí. Comen, creo que un poquito sí les agobia mi relato (no a mi mujer no le agobia... ella me ve feliz y es feliz). Estoy tan emocionado de mi gesta que no pienso casi ni en la ducha. Definitivamente a la ducha, pijama, siesta dominguera en el sofá. Día perfecto, misión cumplida, primera salida, primera aventura. Me siento bien.

El alma de la paleta

Llegó a casa en una vaciada desesperada de la casa materna de mi mujer, una vetusta casa de la calle Sagrario. Vetusta y además bonita, toda bellamente decorada con azulejería de finales del siglo XIX y principios del XX. Vetusta y además bonita, pero más aún con pocas o ningunas condiciones de habitabilidad y mal asunto el de una rehabilitación. Total que entre unas cosas y otras la casa vetusta y bonita ya no existe y en su lugar se está ya en acabados de un par de viviendas modernas y cómodas.

De aquella casa (la materna por parte de cónyuge) han quedado además de recuerdos, de humedades y de fríos, algunas cosas de las que se tocan y se pueden mover de un sitio a otro (de ahí lo de bienes muebles supongo). Entre alguno de esos bienes muebles, llegó a casa dentro de una bolsita de El Corte Inglés el artefacto que ahora nos ocupa junto a alguna otra cosa que ahora ya no recuerdo.

La bolsita y su contenido anduvo de un sitio para otro de la galería (parte del balcón que da a la cocina y al patio de luces y que con el tiempo y acristalado devino invernadero de plantas, artículos de limpieza y de objetos de otro tiempo (como es el del caso que nos ocupa). La bolsita desapareció (supongo que dándole un uso más preciso) y del contenido sólo quedó este cachivache debajo de la pila de lavar. Sitio en el que sigue estando ahí y que viéndolo día tras día mientras sentado en el taburete de enfrente fumo en pipa (que dentro de casa la familia no deja que lo haga) ahora me sugieren estas notas que como todo lo que escribo, surge apresuradamente y que tal cual lo escribo.

A la vista de la cosa uno no sabe exactamente qué es e incluso aún le queda a uno pendiente averiguar en realidad qué es, de dónde vino, para qué se hizo, con qué materiales. Pero puestos a darle vueltas al asunto y por los restos de ceniza que tiene en la parte que semeja cuchara plana, uno ve enseguida que acarició con frecuencia y durante bastante tiempo el fuego y los materiales combustibles.

¡Una paleta para remover el fuego (brasas) del brasero!. Mi mujer no tenía ni idea de para qué servía dado que jamás lo había visto en funcionamiento ni nadie que lo manejara y más aún (esto me queda también por averiguar) jamás había tenido en casa brasero para los largos y húmedos inviernos. ¡Una paleta para remover el fuego (brasas) del brasero!. Pues será eso (contestó) y quedó en preguntar a su madre, una octogenaria señora que vivió toda su vida en la misma casa (la vetusta y bonita) y que dada sus buenas condiciones mentales seguro que podrá aclarar el asunto.

Mientras la respuesta llega uno se abalanza memoria abajo entre recuerdos que pasan fugaces y que apenas sabía que aún andaban por ahí. La primera curva en la que derrapó mi memoria la primera vez que vi el objeto (Una paleta para remover el fuego (brasas) del brasero), me vino a la memoria una vieja y ya en desuso paleta de esas de freír, dar la vuelta a las tortillas a la francesa y a los rebozados en general que mis abuelos, luego mi madre y luego yo mismo hacíamos servir para remover los rescoldos de las brasas del brasero (conca en valenciano y que en mi pueblo y en boca de mis antepasados sonaba a “copa” no se si por semejanza con una copa de cava de las del pecho de María Antonieta o porque dada la falta de escolarización en valenciano que sufrió este país (y sigue sufriendo aún) mis abuelos y padres pronunciaban mal la palabra “conca” y la hacía sonar como “copa”. Sea cual fuere el nombre verdadero y bien escrito, lo cierto es que aquel plato enorme de oxidada lata nos calentó durante muchos inviernos, previamente situado debajo de las faldas de la mesacamilla, curiosa mesa circular de listones de pino (después de contrachapado) que tenía en la parte inferior y cogida a las cuatro patas una pieza con un agujero circular para depositar dentro de él, sin que tuviera contacto con el suelo a la conca. De vez en cuando mi abuelo, luego mi madre y luego yo, con la vieja paleta de freír en desuso removíamos el contenido de la conca y las diminutas brasas –alguna chisporroteando si el fuego todavía estaba muy vivo, pasaban del fondo del fondo del recipiente a la parte superior del montoncito de cenizas, las que con el contacto del aire (supongo que por combustir oxígeno) se avivaban con fuerza y de repente el calor subía de forma notoria por nuestras piernas... por nuestras manos, astutamente colocadas entre las piernas para atrapar aún más calor.

Viendo el artilugio de debajo del fregadero, metálico (supongo que de bronce) y con restos aún de cenizas adheridas a su parte plana, esa fue la primera imagen que me vino a la mente ¡Una paleta para remover el fuego (brasas) del brasero!. Y siempre que recalo en esta imagen, atracón de recuerdos fugaces, veloces, como siempre cuesta abajo sin poder detenerlos mientras dura encendida la pipa. Recuerdo los montones de “espigons”, (centro de las mazorcas de maíz) debidamente secados en la “pallisa” de casa para ayudar al inicio de la combustión de la “molinà” (trocitos de carbón vegetal diminutos) que mi madre nos enviaba a comprar a casa el “petrolier”. Recuerdo el entramado de alambre protector para que no se desmontara el cumulito de “espigons” ya dispuesto dentro de la conca, recuerdo aventar el fuego para ayudar a la expansión del mismo entre los carboncillos, el humo... Más adelante mi madre inventará una forma más rápida y sin necesidad de usar “espigons” que en casa ya no teníamos... pero eso ya es otra historia. Y recuerdo las noches estudiando al calor de la conca y de Pope que sin hablar, aprendió las declinaciones de latín casi más rápido que yo. Y un agujero en un pantalón largo nuevísimo que nos hizo el sastre de la calle... Pero eso ya son eso mismo, otras historias y que tendrán que esperar otro momento.

¡Una paleta para remover el fuego (brasas) del brasero!. Le apunto a mi mujer que también podría ser una paleta para remover el fuego de “la cuïna econòmica”, aquella que funcionaba con carbón o trozos de madera y que era una versión más moderna de la tradicional “llar” o chimenea/cocina; pero en versión más reducida, de hierro colado y bastante más a la altura de las personas que cocinaban sin necesidad de agacharse o esforzarse colgando cazuelas de cadenas, tirantes o hierros. Un gran invento este de la “cuïna econòmica” el que le apunto a mi mujer. Pero ello no recuerda haber visto usar en casa este artefacto, ni la cuïna econòmica y yo tampoco.

Sin duda, nos hace mucha falta preguntar (y cada vez con mayor urgencia por lo del tiempo irremediable) a mi suegra... esa señora octogenaria que vivió toda su vida en la casa (vetusta y bonita) de la Calle Sagrario y averiguar si es paleta de “conca” o de cuïna econòmica”. Su memoria no es de un altísimo valor. En ella (su memoria) y en lo que nos cuente nos dejará ver su alma, el alma de la paleta... que también las paletas tienen alma.

Cuento triste de una nana inventada

Casi ni se percibe el suave vaivén de la imagen en el espejo de la cómoda, un sencillo espejo adherido a una tablero de contrachapado a juego con el ropero y las mesitas del dormitorio (todo comprado a letras en una famosa tienda de muebles de Catarroja, pero de la gama más barata que había en aquellos días). En la penumbra, el movimiento a tientas intuido le devuelve al padre la imagen de que son una sola cosa, balanceándose al ritmo de una música susurrada, nacida de un gemido silencioso oído tal vez en otro tiempo, en otro espacio o simplemente recién inventado para aquel ser al que se abrazaba.

A la nana na na, a la nana na na, a la nana nanita na... Suena con murmullo silenciado dentro de su cuerpo, musitando con los labios entreabiertos cerca, muy cerca de ella. La niña tal vez no se duerme pero tiene los ojos cerrados, apoyada su minúscula cabecita sobre el hombro de él. El padre aspira con avaricia ese olor tan especial de los bebés en el cuello, en la nuca, un olor quizá repetido una y tantas veces como bebés ha habido en el mundo, pero para él, en exclusiva para él, aquel olor es la fragancia más auténtica de la vida, de la de ella, de la de él, de la de los dos que tal vez sean tan sólo una misma cosa.

A la nana na na, a la nana na na, a la nana nanita na... En la penumbra del dormitorio, a salvo de los ruidos que la madre genera en la cocina, o de los producidos por el televisor portátil de 14 pulgadas que les prestaron. En la penumbra yendo y viniendo desde el rectángulo vitroso, el balanceo apenas visible, la voz apenas audible, la música apenas inteligible, fluye lenta, pausadamente desde sus entrañas hasta su mirada, va y viene hasta que él también cierra los ojos. Tal vez ella duerma ya... A la nana na na, a la nana na na, a la nana nanita na... Él cierra los ojos para retener un par de lágrimas gordas que de otra manera acabarían recorriendo tal vez la nuca limpia y tibia de ella. Él llora... A la nana na na, a la nana na na, a la nana nanita na... No sabe dónde ni cómo convirtió aquel sentimiento en musiquilla, posiblemente la inventó (que no compuso) para ella, tal vez le vino de un recuerdo olvidado ya hace mucho... A la nana na na, a la nana na na, a la nana nanita na...

Traigo la cabeza rota... larará... Traigo la cabeza rota... larará.... que me la rompió un barreno... Él sigue abrazo a ella frente al espejo, todo es penumbra desde los párpados apretados y le escuece el alma perforando el cristal, para abrir en él un agujero desde el que poder ver las estrellas del cielo. A la nana na na, a la nana na na, a la nana nanita na...
Recuerda como en la tarde anterior, la esposa de un jefe local de la Guardia Civil le increpó por intentar calmar/dormir a la niña con el murmullo susurrante de "Ya sabes donde es mi paradero..." Finales de 1989 y aún seguía siendo necesario escribir cartas que nunca llegarían a ser leídas. Se contuvo, reprimió su ira hacia aquella sargenta aprovechona y siguió susurrando renglones que nadie leería... Ella se durmió, ella siempre se durmió...
En el autobús, en alguna poltrona, en el dormitorio frente al espejo, mecida por suave movimiento de años... A la nana na na, a la nana na na, a la nana nanita na...
Se dormía y permanecían ya mudos. Su respiración era menuda como lo era toda ella, debía depositarla en su cuna, una cuna esta vez de alto estandig comprada al socavo de unos pocos ahorrillos en una tienda de moda para pocos de la calle Poeta Querol de Valencia, un capricho absurdo más de los muchos que tuvo que pagar por cuenta ajena. Retrasaba al máximo el momento de depositarla en su cuna muy a pesar de una ciática inoportuna, quería prolongar eternamente aquel estado perfecto de ser un todo entre los dos.
Qué será de ti, pensaba una vez más como cada noche, qué será de ti... A la nana na na, a la nana na na, a la nana nanita na... ¿Qué es hoy de los dos?
Nos fue dejando la penumbra poco a poco sin darnos cuenta. El espejo sigue allí colgado en la pared de un dormitorio que ya no es el nuestro en una casa que ya no es la nuestra de un pueblo que ya no es el nuestro y de un mar que ya no nos baña. Pero el agujero, labrado con tanto tesón se vino con él, para mirar de vez en cuando las estrellas del cielo... la estrella de su cielo... la estrella... su estrella... A la nana na na, a la nana na na, a la nana nanita na...

Mi bicicleta nueva
















Este sábado estrené mi bicicleta nueva. Digo nueva porque la compré el viernes, no porque tuviera ya una anterior.

Tenía ganas de volver a recorrer caminos y calles. 35 años atrás era cosa de todos los días. Pero 35 años son muchos años (sin oedaleo alguno como quien dice). A esta nueva bicicleta, ya le he dado unas cuantas pedaladas (mi culo da fe de ello) pero me pudo más la ilusión que las consecuencias de la machada. Varias veces ida y vuelta a Valencia-mi pueblo.


Todavía le falta todo el equipamiento para el cicloturismo (que para eso la he comprado), pero pudo más las ganas de tenerla en casa que la espera de varios días a que llegara el equipamiento mínimo apropiado (transportín, guardabarros, alforjas, luces traseras... qué se yo, mogollón de cosas que hacen falta y que uno, semanas atrás no tenia ni idea de sue xistencia). Pues eso, le falta a ella mucho y a mí más, que los años no pasan en balde. Pero sigue dupidendo más la ilusión de recorrer caminos en solitario, andar (rodar) de otra manera. De momento sigo la experiencia escrita de otros con una envidia que no puede ser sana. Pero les leo, miro sus fotografías, sus vídeos, sigo mentalmente sus consejos... a la espera de estrenarme de verdad.


Metrobici, tracks (que no sabía ni lo que eran), mapas, cuadernos de ruta... Un mundo hasta ayer desconocido y que no me da la gana de perderme.


Ya tengo la bicicleta nueva no es cara pero sí me costó más de lo que esperaba. No me arrepiento, sigue pudiendo más la ilusión y creo, creo que este fin de semana me estreno... ¿porqué no probar el carril bici de l'Horta Nord? Quizás este domingo... o tal vez el sábado... Umm, no sé, el tiempo y la familia lo decidirá por mí... no me cabe la menor duda.

Per poder

Podré pensar-te alguna vegada
si es que isc d'aquí.
Podré enyorar
des d'algun racó d'una estreta habitació
algun matí amb el meu germà
caçant granotes en la séquia
en meitat de la marjal.

Podré recordar vesprades
tan llargues com esta
peixcant tenques
a aigües encara transparents.

I aquells dissabtes
en bicicleta per les carreteres
-més tard en motocicleta-
i aquells enamoraments
que me duraven una setmana.

Podré recordar
com reomplia papers
amb poemes escrits
davall el temor -diria rubor-
de que algú gosara de llegir.

Vicente Masó Talens
Sueca 10 de novembre de 1984

Tem

Tem que al final d'este llarg viatge
acabem odiant les nostres pròpies paraules
i que l'esforç transformat en colps de rem
que passen lentament sobre la superfície d'un calendari
haja sigut infructuós.

Tem que este mar ofegue l'ansietat de terra
que portem dins dels nostres cors,
per acabar escrivint un poema
que no vol ser poesia.

Vicente Masó Talens
Sueca, 17 d'octubre de 1984

Somnis d'ella

Somnis que a la llarga
mai arribaren a ser veritat,
alimentats entre tota esta misèria
de pedres ruïnoses que jauen
cobertes de verda molsa d'oblit.

Somnis d'encollit cor ple de desitg
invisibles des d'este solitari coixí.
Somnis d'anada i tornada pel fosc trajecte,
somnis d'ella repetits...
Dolorosament repetits en el silenci.

Somnis allargats sota l'ombra cargolada de la nit
esvaïts sobre el carrer mullat i solitari
per un rosada freda caiguda durant anys.

Vicent Masó Talens
Sueca, 14 desembre de 1984

Dia de cambios

23 de febrero de 2010

Parece que esté recién estrenado, pero no, la verdad es que de nuevo nada. Sencillamente estaba vacío de contenidos... si has llegado aquí desde mi anterior sitio en wordpress (GermaVicente) pues no te sorprenderá nada, dado que he trasladado las entradas que más estimaba a este sitio, en el que por otra parte tengo muchos amig@s.

Espero que sea de vustro agrado... o al menos, a los nuevos, os ruego paciencia y algo de cariño si intentais leer hasta el final... Saludos.

Els últims romàntics

2 Septiembre 2009

Ahir, per raons que no vénen ara al cas, vaig estar una altra vegada per terres de Benaguasil (El Camp del Túria) i a més, en el mateix lloc i amb el mateix amfitrió que aquella meravellosa vesprada de juny quan la presentació del poemari de Carles Subiela (edició de Consolat de Mar).

Ahir durant el sopar (que era a sopar al que vaig anar) durant, abans i desdesprés, no vaig fer una altra cosa que recordar-me d’aquella vesprada i motius no em faltaven. Allí vaig descobrir, per exemple, la Montiel de ja tan especial record. Allí vaig descobrir també als Últims Romàntics, que potser no ho siguen però almenys si són els únics que conec amb agalles suficients per a reconéixer-ho, publicitar-ho i a més sentir-se orgullosos d’això.

Presentava aquella vesprada de malls Carles Subiela el seu poemari de Faules Clàssiques, un llibret d’eixos per a guardar i rellegir amb temps, sense pressa i especialment amb ganes de descobrir com es veu i s’entén el temps antic des del segle XXI.

Van amenitzar la presentació un grup d’amics de l’autor (Els Últims Romàntics) que inclús van musicar algun poema de Carles Subiela… Els últims Romàntics… Vaja que sí, amb guitarra, amb flauta, amb percussió, amb harmònica i amb un poc de piano i un final de gong, aquells hòmens i les seues veus em van fer reviure i sentir novament sensacions que pensava oblidades del tot. Quines veus tan boniques, quines lletres tan… tan de tots nosaltres, de sempre i per sempre. Després vaig tindre la sort de trobar-me (una meravellosa casualitat de casualitats) en Youtube un xicotet resum d’aquella vesprada dels Últims Romàntics. I de nou la nit, un poc de fresquet i la Montielana i els seu “rosari” de llums en descens. En descens fins al fons de mí o ascensió al màxim profund d’ella, tot segons es mire i jo, ho mire com si fóra un somni, per quasi impossible que tenia ja viure alguna cosa com allò.

No voliem anar a l’escola

21 Agosto 2009

De menut molt menut jo ja no volia anar a l’escola. Ma mare pràcticament m’arrastrava des del carrer Santa María de la Murta fins a la placeta del Convent, on estava la que seria la meua primera escola. No ho recorde molt bé (caldria preguntar-li a la mare), però pense que ja abans d’eixir de casa ja estava plorant o gemecant. No eren excuses, que per aquells anys encara no havia descobert el vast ventall d’arguments per a evitar coses, situacions i perquè no, també d’obligacions i en qualsevol cas, si eren de mentida les raons de mal de panxa, de ganes de fer de ventre, de patir una tossuda tos o de qualsevol altre dolor muscular o que se jo, els sentia com tan reals que estic convençut que els patia realment.

Supose que en la cantonada del forn de la Patacota -i encara no havíem eixit del carrer- ma mare ja estaria esgotada, acalorada, jo seguia arrastrat de la seua ma plorant i no se si aixina seria fins l’arribada a la porta del col·legi tots els dies i carrer rere carrer. Possiblement sí (novament, caldria preguntar-li a la mare).

Crec que no guarde molts records d’aquells primers anys escolars, però sens dubte, aquella obsessió per no anar a l’escola m’acompanyat la resta de les meues dies, fins i tot alguns decennis després d’haver-hi acabat la carrera d’històries a la Universitat de València. Aquells plors i aquella lluita (supose que diària) de ma mare cada matí arrossegant-me cap a les escoles del Convent, em van fer més mal que mai el dia que la meua filla major, seguint la càrrega genètica paterna, es va fer caca damunt, quan la portava amb el cotxe cap a l’escoleta de La Tarara. Ara i cada vegada que ho pense, havia d’haver actuat d’altra manera, i no es que em vaig enfadar, abans al contrari, em va inundar una tristor de segles. Allò va caure damunt de mi com una llosa. La vaig mirar pel retrovisor interior del cotxe (aquell Renault 19 de qui guardem tan bon record elles i jo, elles per que tinc encara altra filla més).

Quan amb la seua dolça veu em va dir: “Pare m’he fet caca.” la meua resposta va ser de llevar-li importància, ja estàvem quasi a la porta de l’escoleta. Vaig aparcar com sempre allí a la porta mateix, la vaig agafar al braç i li la vaig lliurar a Rosa la seua professora. Tot seguit li vaig donar la motxilleta amb les coses de la xiqueta i li vaig explicar el que havia passat. Sens dubte (encara que supose que de mala gana) que Rosa es va fer càrrec i se l’emportà cap a la classe.

Aquell matí i fins les cinc de la vesprada (hora d’eixida de classe) va resultar un dia negre per a mi, clar que per a la xiqueta ara i despres de tants anys no vull ni pensar-ho com resultaria. No vaig parar de pensar en com estaria la criatura fins que puntual, a les cinc de la vesprada la vaig recollir. Ni una paraula de la qüestió, els dos vam fer com si no hagués passat mai aquell episodi. Encara que alguna vegada temps després ho hem comentat; a ella li produïx un somriure com recordant una anècdota de la que ella no fora la protagonista i si ho era, al menys els dos tenim la consciència que no n’era responsable. La culpa, la genètica li he explicat més d’una vegada, com ho explique ara, una vegada més després de tants anys. El sue pare, vaja jo mateix, tampoc no volia anar a escola i plorava i em feia mal la panxa o em venien al cos i al cap tots els mals del món, fins i tot es possible, mals que encara no existien ni havien existit mai i que mai existirien.

A la dula

9 Julio 2009

Me explica mi APdL que su madre (de Domeño y alrededores - Valencia) cuando los crios iban en verano o en ratos de ocio por ahí, sin parar por casa, estaban o iban a la dula. ¡A la dula! Me asombro, ¿qué quiere decir eso? -le pregunto. Sencillamente “ir por ahí, sin parar por casa, correteando, jugando, investigando, excursioneando… lo dice mi madre”
Aunque me fío absolutamente del buen criterio y conocimientos de mi APdL, lo busco en el diccionario de la RAE, francamente, sí que tiene sentido lo que dice su madre (aunque ahora no entremos en los significados oficiales de la palabra). Sin duda, una aportación más de la sabiduría popular.
A la dula. Pero eso eran otros tiempos. Tiempos de calles sin coches, tiempos de pueblos casi sin calles. Tiempos de ayudar por casa, especialmente las niñas en las tareas domésticas y los niños ayudando al padre o al abuelo en el campo, con el ganado, en la era o porqué no, también en el comercio el que lo tuviera.
Tiempos de juegos compartidos, ahora modernamente llamados populares. Tiempos de correrías, de idas y venidas al río donde lo hubiera, la balsa de riego, la era, la plaza, el pajar y algunos privilegiados (como mi caso) a las arenas playeras.
Y todo esto… ¿porqué?
Porque mi amigo Paco, un prejubilado de oficina bancaria que viene todos los días laborales a echarme una mano en el trabajo en plan voluntario total, estos días se trae a alguno de sus dos nietos. No es que los esté preparando para el futuro laboral, ¡que va! es que está de canguro. Otro modernismo feo como él solo para significar a quien cuida de alguien (especialmente niños). Pues eso, que está de canguro, cuida de sus dos nietos. Los padres trabajan, el abuelo está jubilado y resultado que los nietos traen a malvivir a los abuelos, los abuelos desean con justa necesidad que se inicie de nuevo el curso y entre unos y otros, tedio para unos, desesperación para otros.
Pero, sea como fuere, desde luego los nietos a la dula no, que los tiempos actuales no están para esas aventuras, plenas hoy de riesgos modernos que antes ni se concebían. Otros tiempos, otros calendario, otras actividades para un mismo sistema educativo. Cada vez hay menos personas que se dedican al cuidado familiar de forma plena, mujer y hombre, compañeros, esposos… léase como se quiera, el caso es que ambos tienen dedicación laboral absolutamente incompatible con el horario vacacional o postescolar.
Algunos ayuntamientos se vienen inventando desde hace un par de décadas las escuela de verano, que no son otra cosa que prolongación del curso escolar un mes más, pero con horario reducido… sin clases, sin exámenes. Pero no todos van ni todos pueden ir. Imposible. Y los que no van, pues a casa con los abuelos. Aburrimiento por doquier, abatimiento absoluto de los abuelos al finalizar el día. Felices por ver tan saludables y con tanta vitalidad a los nietos. Pero cansados, agotados y aún peor, pensando en que hoy ya ha pasado, veremos mañana.
Lo cierto es que los escolares de permiso estival, de permiso navideño, de permiso fallero o vaya usted a saber qué se inventan en su Comunidad Autónoma, pierden el rumbo y lo que es peor hacen perder la paciencia a los que no pueden evitar tener la obligación de entretenerles. ¡Sí! Entretenerles. Por duro que suene, es que esa es la realidad.
¿Que quién tendrá la culpa? Pues las personas que montan y desmontan los planes educativos y las personas que les interesa que los planes educativos por renovados o novedosos que sean, nunca afronten la realidad de calendarios y horarios escolares… no vaya a ser que les fastidien tamaña situación laboral privilegiada. Vaya que uno habla en general de los ministros de educación y docentes respectivamente.
Uno no quiere ni por asomo fastidiar ¡faltaría mas! y menos aún ahora que ya tiene uno, criados a sus hijos y a quien aún le faltan por lo menos unos tres o cuatro añitos para criar a los nietos. Aún tengo tiempo de no odiar más los horarios escolares y los periodos vacacionales. Pero todo llegará, sin duda, a no ser que ministros y docentes lo remedien. Entre tanto los crios se aburren, los abuelos se desesperan…
¡Qué tiempos aquellos de la dula! Los abuelos tambien tendrán derecho a la dula, ¡digo yo!

Històries de la ceba

9 Julio 2009

Sens dubte, viure el poble, sentir el poble, sentir-se poble són privilegis que no tots estem en condicions de gaudir. Apenes un parell o tres mesos enrrere, Carles Subiela (Banaguasil -València) publicaba i tanmateix s’editava “Històries de la Ceba” i no precisament per plorar (com s’interpretaria fàcil.lonament atenent les característiques de l’hortalisa). Abans tot el contrari, un homenatge merescut a un producte agrícola i a una gent que’l treballa que ha donat vida i pa a moltes famílies del poble.

Històries de la Ceba és un recull de xicotetes històries personals i familiars, veu i tinta impresa sobre paper d’anònimes vides, algunes d’elles plenament instal.lades en l’imatginàri popular de Benaguasil i el seu terme. Cóm es viu? cóm es treballa? cóm es gaudix de la festa?

Breument, sense cansar i amb la humildat emblemàtica de l’autor, pàgina a pàgina… això mateix, sense cansar, recorda, parla i fa parlar a la gent del veinat, estira amb senzilla literatura del fil dels records, unes vegades amagats en el “mundo” dels iaios, altres que anaven de boca en boca des de la barra del bar fins a l’era en el dinar.

Noms, malnoms, estris, faenes, suren en cadascuna de les pàgines d’Històries de la Ceba i, especialment amb un humor fí, elegant i que és imposible que no faça somriure (sinò riure a carcallades) en alguns dels curtets relats… relats d’una vida. Llarga vida doncs, a l’autor i al seu poble i que no pare d’escriure, de recordar i de fer recordar.

Ell és poble, nosaltres sóm poble, quina llàstima que tothom no ho senta de la mateixa manera.
Per aconseguir aquesta obra, cal dirigir-se a l’empresa Consolat de Mar (instruments musicals) (Benaguasil – Valencia) editora del llibre i per tan sols cinc euros de donatiu per a una escola de la municipalitat de Guatemala, tindreu el privilegi de sentir-vos durant una bona estoneta poble… afortunadament poble i del poble de Benaguasil… o de qualsevol altre poble… I recorrer uns carrers de poble, escoltar una gent de poble, passejar per un terme de poble i gaudir de la il.lusió i l’esparança de mai deixar de ser poble.

Andamios en la ortodoncia

28 Mayo 2009

Me he subido esta mañana a varios de los andamios que construyera ese magnífico albañil de las palabras, ese que apenas hace unos días traspasó de vida… el añorado ya Mario Benedetti.
Algunos de ellos… qué sugerentes… argumentos para comentarios que vienen muy a propósito…

Digo “andamios” en plural por el mucho rato que estuvimos mi hija y yo en la sala de espera de la consulta del dentista… para arreglarse (ella) una muela con una caries…

Yo creo que han sido por lo menos siete u ocho los andamios que he leido, mientras iba pasando gente a la consulta, no se de donde podían entrar tantos porque hay dos salas de espera y en la nuestra, aparte de mi hija y yo sólo había un señora (bella señora por cierto) que entró a la clínica un ratito antes que nosotros y fué igualmente llamada un ratito más antes que nosotros. ¿Cuántos pacientes antes que nosotros? Pues sinceramente no los conté… que estaba ocupado y atento subiendo y bajando de los andamios benedettianos… pero por lo menos 9 pacientes antes que nosotros… que dicho de paso ya no éramos pacientes… sino desesperados impacientes a las espera de ser rescatados de la sala de espera… a pesar de su mullida y elegantona colección de sofas de piel en los que sentarse… negros y color tabaco…

Pues eso… siete… ocho pacientes… nueve o quizás once incluída en ellos la señora de buen ver que se nos adelantó… o se nos la adelantaron… vaya usted a saber… Total, desde las once de la mañana allí citados y salimos a la una y diez munitos… con una caries (ella) arreglada y con cincuenta euros (yo) de menos en el bolsillo culero de mi pantalón… 50 euros… mira, que no es el sitio ni el momento para saber si es mucho o poco… pero cuento los pacientes y multiplico y luego multiplico por las mañanas y por las tardes y luego para cada uno de los cinco días de la semana… Me pierdo (no sólo porque no sea de ciencias uno), me mareo con cifras que no alcanzo… y repaso mi nómina y la divido por 30 y me salen 63, 45 euros.. 63, 45 al día… o sea que hoy sólo me quedan para gastos 13, 45 euros…

Qué cosas… claro… cuando uno coge algo de confianza con facultativos de este tipoy se fija en el coche que conducen… en los coches que conducen sus familiares… en el apartamento… en la vivienda cotidiana… y en lo que uno no sabe… y ya está todo dicho… mejor dicho… callar y dejar de calcular… por mi bienestar y por el bienestar del señor dentista… que si lo pienso más… me lío la manta al cuello y le pego fuego a la consulta, al coche, al apartmento y a con ello a mi parco futuro y el de mi familia…

Mejor dejarlo estar y no pensar en que yo también cursé cinco años de licienciatura… algunos cursos de doctorado, más otros tanto de diferentes especializaciones… que tambien asistí a bastantes congresos, jornadas y asambleas varias… pero eso sí… en lugares bastante más cercanos… (alrededor de Madrid… alrededores de Barcelona… y poco más) y muchos de ellos, aunque se les llamara internacionales, con certificados en castellano o en español o en catalán… y no en inglés, francés y alemán… como los tiene este señor… y de paises superdesarrollados con costa atlántica y pacífica… y ala… que no caben en más paredes… En cambio yo (será porque soy de letras) que no tengo colgado ninguno… ni siquiera enmarcados… que es que no me da ni para eso… ni siquiera tampoco tengo pared propia donde colgar los hipotéticos marquitos con los reales titulitos… en fín… cosas de la vida… 63, 45… y hoy solo me quedan 13,45. Adios cortado… adios tabaco… que de los trece y pico aún tiene que quedar para pan y gastos fijos compartidos… y va y en el borrador de Hacienda me sale a pagar 644,43 euros… ¿Se puede ser más imbécil? Supongo que sí… y por ello… casi casi… que me quede como estoy… aunque no vaya a tomar cortado ni exhale humo tabaquero.

Bendito expositor Sra. Bibliotecaria de Manises

26 Mayo 2009

Eso bendita Usted y el expositor de novedades.

Para mi es inevitable dirigirme aunque sólo sea cuando paso de visita, hacia ese humilde expositor de novedades que muchas veces no lo son tanto pero que para mi, lector a trompicones siempre me descubre nuevos mundos en los que habitar durante unas pocas horas…

Se que el expositor es humilde, como lo son las propias instalciones de la biblioteca en general… ¡pero qué útil! Genial por todo cuanto se descubre a través de él… y en especial estos días… qué maravillosa idea la de exponer en parte principal una seleccion de la obra de Mario Benedetti… cita ineludible para estos días.

Gracias Sra. Bibliotecaria… con qué poquito se nos hace feliz… Besos.

¿En qué estaría yo pensando?

20 Mayo 2009


Anteayer por la noche inicié la lectura que encarecidamente me había recomendado mi animadora a la lectura personal: Paraíso inhabitado de Ana María Matute.

A eso de las dos y media de la madrugada me sorprendí camino de la cocina para beber un sorbito de agua para pasar previamente por el baño (para lo de costumbre supongo), con que era esa hora, las dos y media de la madrugada.

Un soplo me pareció y más aún cuando de vuelta a la cama me encontre el punto de lectura entre las páginas 105 y 106 del libro en cuestión. Imposible parar a pesar del táctio agotamiento en el que me encontraba ya. Imposible parar… pero paré, a pesar del permanente insomnio que me acompaña desde muchos años atrás.

Pero en esta ocasión todo era diferente a las últimas noches de insomnio. Tenía aparcado desde tiempo atrás el hecho en sí de la lectura por la lectura, por el disfrute de adentrarse en berenjenales vitales de otras personas, de otras vidas. Mi obsesión profesional me ha tenido casi en exclusiva en las últimas dos décadas atado al pesebre lector de monografías más o menos afines al trabajo, a la formación universitaria que uno tiene y a la que uno parece obligado a atender de por vida.

Pues eso que anteayer fue diferente y aparte de que la noche fue de que te cagas de mal, sí así de literal, “de que te cagas de mal” (que ha esta edad ya está bien de compostura tonta) por lo del insomnio, inicié de la mano de Ana María Matute y de mi amiga “animadora/lectora” personal el relato de la infancia recordada de Adri, con su unicornio de cuerno de oro que se escaba por el marco del cuadro y que deja unas pisadas en la nieve que nunca cayó en el patio de su casa.
No puedo evitarlo (que dicen que la pasión y el dinero no pueden permanecer ocultos), pues eso, en este caso no puedo evitar que se note la pasión que desató dentro de mí, en esa noche de lunes, lo que cuenta y el cómo lo cuenta todo lo relativo a los recuerdos de esta niña, de la que no que cabe duda alguna, todos nos quedamos con un palmo de narices por no haber tenido ocasión de conocer. Bueno ahora un poquito sí, desde el texto que la autora nos pasa como medio en secreto en una hoja convertida en libro por debajo de la puerta.
(Seguiré en otro momento…)…
Bueno, pues no sigo comentando… sino tan sólo leyendo… Adri Gavi… Tata María e Isabel… y Teo… y sus cisnes que echan e lvuelo. Sigo Leyendo.

Malditas agujetas

5 Mayo 2009

Las tengo cual lapa en la parte trasera de las piernas. Seguramente esta parte y estos músculos tendrán un nombre, seguro. Pero puñeteras ganas tengo ahora de buscar (aunque sea en la Wikipedia) el nombre en cuestión.

Lo único que se y eso es lo que ahora más me importa, es que estoy baldado… bueno no, más que eso, estoy que no me aguanto: Sentarse imposible, conducir el coche un calvario… lo de sentarse en la taza obligado por necesidades inevitables… pues un suplicio, pero bueno la naturaleza obliga. Qué puñetero dolor y qué molesto; ni estirado ni sentado y andar… ala qué de chulería a paso corto.

Y todo porque mi cuñado me pidió que le ayudara a recoger las patatas de su campo… malditas y sabrosas patatas y pensar que luego cuando las compramos en la verdulería nos parecen caras…
¡Más caras tenían que ser!

Y esto sucedió un 1 de Mayo… Fiesta Nacional del Trabajo… ¡Qué paradoja! y yo en el tajo con mi cuñado, currando como ningún otro día del año. En fín, no escribo más que no puedo estar ya más rato sentado. Malditas agujetas… patatas… sabrosas y pendencieras ahora conmigo.

Palabras, ideas y sinrazones

22 Abril 2009


Vienen de repente,
fugaces, rápidas, ligeras.
Por lo general siempre
cuando menos lo esperas…
Son unas cabronas,
aparecen cuando menos puedes atenderlas,
cuando resulta imposible retenerlas,
en el momento más inoportuno.
Y ágiles y raudas
vuelan a no se dónde
sin posiblidad de retenerlas.
Echo así en falta la pda que nunca tuve
la micrograbadora que nunca compré,
y la memoria tan corta me abofetea
cuando perdido el rastro de ellas
me desespero en recordarlas.
Puñeteras ideas en forma de palabra
siempre jugando al escondite
de la más perversa de las maneras.
Ideas con cuerpo tan volátil
al final ya no son ideas…
sino una especie de basura sideral…
basura de esa que no sabías siquiera que existiera,
que estuviera…
que estarlo estará…
pero quién cóño sabe donde.

La Biblioteca

26 Marzo 2009

Leo una entrada en el blog de una muy buena amiga, titulada ¿Difícil pregunta? y cuya lectura recominendo encarecidamente (lo de encarecido es un decir… que no es más caro que antes… sigue resultando igual de caro esto del acceso a internet que el mes pasado y de lo de pagar por leer luego hablamos). Total, que la recomiendo mucho. Y en la entrada que digo, cuenta con exquisita y dramática brevedad (que a mi siempre se me hace muy breve leerle) lo mucho que le costó encontrar una biblioteca concreta en El Grao de Castelló. Preguntó a unos y otros y nada. Al final un crío de apenas unos siete años la orientó muy certeramente e incluso la criatura se rió de ella por no saber dónde estaba la biblioteca…
¡Cosas tiene la vida! Vaya, que merece la pena leerla… y a mi, que en ello de leerla, acabo de estar ahora mismo, me viene a la memoria la oscura y vetusta biblioteca de mi pueblo (en honor a la verdad “ciudad” que así lo pone en las entradas de mi pueblo, además con sobrenombre agrícola… “Ciudad Arrocera de España”…

Y mis recuerdos en este sentido no son ni extensos ni muy valiosos, apenas nada… oscuridad, libros, que se pagaba creo que era una peseta o peseta y media cada vez que sacabas en préstamos un libro… (que yo creo que esto de préstamo como los de ahora nada… más bien venía a ser una transacción mercantil… al más puro estilo bancario que todos hemos sufrido y sufrimos y sufriremos en nuestras carnes) Entonces la cultura se pagaba, igual que ahora pero sin disimulos… Hoy parece que los gobiernos (locales, autonómicos y nacionales) te lo regalen todo todito… pero no: que los que pagamos impuestos, sabemos que de gratis nada…
Eso, que pagabamos por sacar los libros en préstamo… no puedo ahondar mucho más en la memoria sin temor a parecer que uno hace uso de tópicos… pero es verdad que en la sala de lectura había un mostrador, demasiado alto para mi estatura, que siempre fué tirando a corta… asunto que hizo que mi madre me llevara al médico porque yo estaba bastante traumatizado por ser siempre de los bajitos el más bajo… al final Don Julio (un gran señor doctor, que me hizo la faena de que mi nombre no fuera Carlos como mi madre quería, sino el que a él le pareció más apropiado… y mi madre, doloridads parturienta, acató la decisión del tal doctor ante la pasividad de mi padre que ya tenía bastante en pensar en qué más podría trabajar para pagarle al galeno los servicios del acontecimiento, o sea, el parto en el que yo nací… Pero esa ya es otra historia…
Era bajito, dijo Don julio, que ya crecería. Por si acaso, me recetó y tomé, botellas de calcio decían (para mí algo lechoso por el color que ni sabía mal ni bien… medicina) a manta. Y en todo ello, cuando vine a crecer, el mostrador y la bibliotecaria que siguiendo los tópicos era muy mayor… (o es que yo era muy crío), también desapareció. En lugar del mostrador y las estanterías de madera colocaron taquillas y calabozos y en lugar de señora (supongo que mayor definitivamente) señores que daban mucho miedo todos uniformados… era la Policía Nacional… vaya, para nosotros y en aquel momento “los grises”, que dicho sea de paso, no pararon en mi pueblo/ciudad durante muchos años. Sinceramente no recuerdo en qué otro pueblo aparcaron… supongo que no lo recuerdo porque no debímos tener en casa necesidad de sus servicios… a lo sumo, alguna visitilla al Cuartel de la Guardia Civil, que ya teníamos cuando yo nací y que sigue allí, exactamente igual de destartalado, enorme, de paredes y muros blancos con carpintería muy repintada de verde guardia civil.

Nosotros, (vuelvo ya al tema bibliotecario) teníamos el servicio en casa… poquitos libros (que poquito era el presupuesto), pero el suficiente para poder ir aprendiendo. Mi abuelo además tenía libros y luego estaban los de mi madre de cuando iba al colegio y para la lectura de asueto, de diversión, pues estaba la parada de los tebeos del mercado de los viernes… que nunca entenderé porqué se llamaba y se sigue llamando de los viernes, si no hay otro ambulante en todo el pueblo ni que se celebre en otro día de la semana… siempre, rigurosamente siempre en viernes y a veces incluso siendo viernes festivo (menos en Viernes Santo… Faltaría más, que en mi pueblo eso de la religión es tan sagrado como se supone que tiene que ser). Habia una parada con libros, tebeos de chicos y tebeos de chicas, revistas del corazón (o de actualidad como eufemísticamente las presentaban), de moda con sus patrones incluídos como la revista Burda, las fotonovelas… qué de recuerdos con sus patrones desplegables… También pagabamos por cambiar allí los tebeos, las revistas y fotonovelas para mi madre, los libros del oeste del Estefanía para el yayo Salvador… Pero ahí parecía bastante lógico e incuestionable que pagáramos por el cambio… ¿acaso no era una parada del mercado? ¿Cómo iba a ser algo gratis en un mercado? Eso, unos céntimos, luego unas pesetas y el “Hazañas Bélicas” para casa, los de mi hermana, que naturalmente eran diferentes (es chica claro) también me gustaban, pero mira por dónde, ahora no consigo acordarme de ningún nombre ni título ni colección… lo siento chicas… hacedme memoria por favor…

El yayo devoraba los libros de vaqueros, de tiros, de indios, de tipos duros, aquellos que escribiera Estefanía (con los años supe que era un hombre con pseudónimos… hasta mi descrubrimiento para mi, Estefanía no era otra cosa que nombre de chica… a pesar de que por aquel entonces no conocía aún a ninguna Estefanía famosa). El yayo, nos leía en voz alta actas y acuerdos publicados del Sindicato Arrocero… qué cosas tenía el yayo Salvador… era todo un señor, con su chaqueta oscura de pana, su camisa siemple de blanco impoluto con ese “cuello de cura” que tanto me gusta… ¡Puñetas, acabo de darme cuenta ahora mismo mientras escribo! Me gusta ese cuello porque me recuerda mucho al yayo Salvador… es, bueno era, el padre de mi madre… vivíamos en la misma casa… A los padres de mi padre no los conocimos y él, un poco más y tampoco, que murieron muy pronto, primero la yaya Amparo y luego el el yayo Pascual… quedó muy pronto huérfano mi padre de padres y nosotros de yayos de parte de padre…
Y el libro de las Fábulas… con dibujitos en color… era una pieza estimadísima por mi madre… ¿por dónde andará? igual se ha perdido en algunos de los varios cambios de casa que hemos sufrido… supongo… ¡Pero qué bonitas eran!… y de cuánta aplicación a la vida real… en especial siempre recordaré la fábula de la zorra y las uvas… como no las podía alcanzar de tan altas que estaban se autojustificó la carencia… “están verdes” dijo…

También estaba verde esto de las bibliotecas en los pueblos, hasta que llegó la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Valencia (posteriomente y tras fusiones varias, Bancaixa) y puso muchas bibliotecas y muy modernas la mayoría, en muchos pueblos… y el mío fue uno de esos afortunados y… ¡anda que no tardó años el Ayuntamiento o sea, los servicios públicos en hacerse cargo de la biblio…! ¡Una eternidad!… Pero ahí estuvo la gran labor de la entidad de ahorro… aunque supongo que sería una forma más de justificar que era una entidad “social”… que sus buenos dividendos sacarían de las cartillas de los trabajadores… Bueno el caso ya no importa, por lo menos algo hicieron, mientras que los que tenían la responsabilidad pública, no lo hicieron.
Pero mientras escribo todo esto, voy recordando que de crio/adolescente no fui un gran usuario de biblitoeca… quedaba lejos de casa, tenía aficiones varias y muy pronto empezamos a “ayudar a casa”, eufemísticamente también, se llamaba así al empleo infantil y juvenil… pero entonces era un orgullo “ayudar a casa” aunque en ello se nos fuera mucha niñez y toda la juventud… lo de la biblioteca como “santuario” al que uno acude con pasión y asiduidad ya vino mucho más tarde, exagerada y lamentablemente tarde.