Cuento triste de una nana inventada

Casi ni se percibe el suave vaivén de la imagen en el espejo de la cómoda, un sencillo espejo adherido a una tablero de contrachapado a juego con el ropero y las mesitas del dormitorio (todo comprado a letras en una famosa tienda de muebles de Catarroja, pero de la gama más barata que había en aquellos días). En la penumbra, el movimiento a tientas intuido le devuelve al padre la imagen de que son una sola cosa, balanceándose al ritmo de una música susurrada, nacida de un gemido silencioso oído tal vez en otro tiempo, en otro espacio o simplemente recién inventado para aquel ser al que se abrazaba.

A la nana na na, a la nana na na, a la nana nanita na... Suena con murmullo silenciado dentro de su cuerpo, musitando con los labios entreabiertos cerca, muy cerca de ella. La niña tal vez no se duerme pero tiene los ojos cerrados, apoyada su minúscula cabecita sobre el hombro de él. El padre aspira con avaricia ese olor tan especial de los bebés en el cuello, en la nuca, un olor quizá repetido una y tantas veces como bebés ha habido en el mundo, pero para él, en exclusiva para él, aquel olor es la fragancia más auténtica de la vida, de la de ella, de la de él, de la de los dos que tal vez sean tan sólo una misma cosa.

A la nana na na, a la nana na na, a la nana nanita na... En la penumbra del dormitorio, a salvo de los ruidos que la madre genera en la cocina, o de los producidos por el televisor portátil de 14 pulgadas que les prestaron. En la penumbra yendo y viniendo desde el rectángulo vitroso, el balanceo apenas visible, la voz apenas audible, la música apenas inteligible, fluye lenta, pausadamente desde sus entrañas hasta su mirada, va y viene hasta que él también cierra los ojos. Tal vez ella duerma ya... A la nana na na, a la nana na na, a la nana nanita na... Él cierra los ojos para retener un par de lágrimas gordas que de otra manera acabarían recorriendo tal vez la nuca limpia y tibia de ella. Él llora... A la nana na na, a la nana na na, a la nana nanita na... No sabe dónde ni cómo convirtió aquel sentimiento en musiquilla, posiblemente la inventó (que no compuso) para ella, tal vez le vino de un recuerdo olvidado ya hace mucho... A la nana na na, a la nana na na, a la nana nanita na...

Traigo la cabeza rota... larará... Traigo la cabeza rota... larará.... que me la rompió un barreno... Él sigue abrazo a ella frente al espejo, todo es penumbra desde los párpados apretados y le escuece el alma perforando el cristal, para abrir en él un agujero desde el que poder ver las estrellas del cielo. A la nana na na, a la nana na na, a la nana nanita na...
Recuerda como en la tarde anterior, la esposa de un jefe local de la Guardia Civil le increpó por intentar calmar/dormir a la niña con el murmullo susurrante de "Ya sabes donde es mi paradero..." Finales de 1989 y aún seguía siendo necesario escribir cartas que nunca llegarían a ser leídas. Se contuvo, reprimió su ira hacia aquella sargenta aprovechona y siguió susurrando renglones que nadie leería... Ella se durmió, ella siempre se durmió...
En el autobús, en alguna poltrona, en el dormitorio frente al espejo, mecida por suave movimiento de años... A la nana na na, a la nana na na, a la nana nanita na...
Se dormía y permanecían ya mudos. Su respiración era menuda como lo era toda ella, debía depositarla en su cuna, una cuna esta vez de alto estandig comprada al socavo de unos pocos ahorrillos en una tienda de moda para pocos de la calle Poeta Querol de Valencia, un capricho absurdo más de los muchos que tuvo que pagar por cuenta ajena. Retrasaba al máximo el momento de depositarla en su cuna muy a pesar de una ciática inoportuna, quería prolongar eternamente aquel estado perfecto de ser un todo entre los dos.
Qué será de ti, pensaba una vez más como cada noche, qué será de ti... A la nana na na, a la nana na na, a la nana nanita na... ¿Qué es hoy de los dos?
Nos fue dejando la penumbra poco a poco sin darnos cuenta. El espejo sigue allí colgado en la pared de un dormitorio que ya no es el nuestro en una casa que ya no es la nuestra de un pueblo que ya no es el nuestro y de un mar que ya no nos baña. Pero el agujero, labrado con tanto tesón se vino con él, para mirar de vez en cuando las estrellas del cielo... la estrella de su cielo... la estrella... su estrella... A la nana na na, a la nana na na, a la nana nanita na...

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