La Biblioteca

26 Marzo 2009

Leo una entrada en el blog de una muy buena amiga, titulada ¿Difícil pregunta? y cuya lectura recominendo encarecidamente (lo de encarecido es un decir… que no es más caro que antes… sigue resultando igual de caro esto del acceso a internet que el mes pasado y de lo de pagar por leer luego hablamos). Total, que la recomiendo mucho. Y en la entrada que digo, cuenta con exquisita y dramática brevedad (que a mi siempre se me hace muy breve leerle) lo mucho que le costó encontrar una biblioteca concreta en El Grao de Castelló. Preguntó a unos y otros y nada. Al final un crío de apenas unos siete años la orientó muy certeramente e incluso la criatura se rió de ella por no saber dónde estaba la biblioteca…
¡Cosas tiene la vida! Vaya, que merece la pena leerla… y a mi, que en ello de leerla, acabo de estar ahora mismo, me viene a la memoria la oscura y vetusta biblioteca de mi pueblo (en honor a la verdad “ciudad” que así lo pone en las entradas de mi pueblo, además con sobrenombre agrícola… “Ciudad Arrocera de España”…

Y mis recuerdos en este sentido no son ni extensos ni muy valiosos, apenas nada… oscuridad, libros, que se pagaba creo que era una peseta o peseta y media cada vez que sacabas en préstamos un libro… (que yo creo que esto de préstamo como los de ahora nada… más bien venía a ser una transacción mercantil… al más puro estilo bancario que todos hemos sufrido y sufrimos y sufriremos en nuestras carnes) Entonces la cultura se pagaba, igual que ahora pero sin disimulos… Hoy parece que los gobiernos (locales, autonómicos y nacionales) te lo regalen todo todito… pero no: que los que pagamos impuestos, sabemos que de gratis nada…
Eso, que pagabamos por sacar los libros en préstamo… no puedo ahondar mucho más en la memoria sin temor a parecer que uno hace uso de tópicos… pero es verdad que en la sala de lectura había un mostrador, demasiado alto para mi estatura, que siempre fué tirando a corta… asunto que hizo que mi madre me llevara al médico porque yo estaba bastante traumatizado por ser siempre de los bajitos el más bajo… al final Don Julio (un gran señor doctor, que me hizo la faena de que mi nombre no fuera Carlos como mi madre quería, sino el que a él le pareció más apropiado… y mi madre, doloridads parturienta, acató la decisión del tal doctor ante la pasividad de mi padre que ya tenía bastante en pensar en qué más podría trabajar para pagarle al galeno los servicios del acontecimiento, o sea, el parto en el que yo nací… Pero esa ya es otra historia…
Era bajito, dijo Don julio, que ya crecería. Por si acaso, me recetó y tomé, botellas de calcio decían (para mí algo lechoso por el color que ni sabía mal ni bien… medicina) a manta. Y en todo ello, cuando vine a crecer, el mostrador y la bibliotecaria que siguiendo los tópicos era muy mayor… (o es que yo era muy crío), también desapareció. En lugar del mostrador y las estanterías de madera colocaron taquillas y calabozos y en lugar de señora (supongo que mayor definitivamente) señores que daban mucho miedo todos uniformados… era la Policía Nacional… vaya, para nosotros y en aquel momento “los grises”, que dicho sea de paso, no pararon en mi pueblo/ciudad durante muchos años. Sinceramente no recuerdo en qué otro pueblo aparcaron… supongo que no lo recuerdo porque no debímos tener en casa necesidad de sus servicios… a lo sumo, alguna visitilla al Cuartel de la Guardia Civil, que ya teníamos cuando yo nací y que sigue allí, exactamente igual de destartalado, enorme, de paredes y muros blancos con carpintería muy repintada de verde guardia civil.

Nosotros, (vuelvo ya al tema bibliotecario) teníamos el servicio en casa… poquitos libros (que poquito era el presupuesto), pero el suficiente para poder ir aprendiendo. Mi abuelo además tenía libros y luego estaban los de mi madre de cuando iba al colegio y para la lectura de asueto, de diversión, pues estaba la parada de los tebeos del mercado de los viernes… que nunca entenderé porqué se llamaba y se sigue llamando de los viernes, si no hay otro ambulante en todo el pueblo ni que se celebre en otro día de la semana… siempre, rigurosamente siempre en viernes y a veces incluso siendo viernes festivo (menos en Viernes Santo… Faltaría más, que en mi pueblo eso de la religión es tan sagrado como se supone que tiene que ser). Habia una parada con libros, tebeos de chicos y tebeos de chicas, revistas del corazón (o de actualidad como eufemísticamente las presentaban), de moda con sus patrones incluídos como la revista Burda, las fotonovelas… qué de recuerdos con sus patrones desplegables… También pagabamos por cambiar allí los tebeos, las revistas y fotonovelas para mi madre, los libros del oeste del Estefanía para el yayo Salvador… Pero ahí parecía bastante lógico e incuestionable que pagáramos por el cambio… ¿acaso no era una parada del mercado? ¿Cómo iba a ser algo gratis en un mercado? Eso, unos céntimos, luego unas pesetas y el “Hazañas Bélicas” para casa, los de mi hermana, que naturalmente eran diferentes (es chica claro) también me gustaban, pero mira por dónde, ahora no consigo acordarme de ningún nombre ni título ni colección… lo siento chicas… hacedme memoria por favor…

El yayo devoraba los libros de vaqueros, de tiros, de indios, de tipos duros, aquellos que escribiera Estefanía (con los años supe que era un hombre con pseudónimos… hasta mi descrubrimiento para mi, Estefanía no era otra cosa que nombre de chica… a pesar de que por aquel entonces no conocía aún a ninguna Estefanía famosa). El yayo, nos leía en voz alta actas y acuerdos publicados del Sindicato Arrocero… qué cosas tenía el yayo Salvador… era todo un señor, con su chaqueta oscura de pana, su camisa siemple de blanco impoluto con ese “cuello de cura” que tanto me gusta… ¡Puñetas, acabo de darme cuenta ahora mismo mientras escribo! Me gusta ese cuello porque me recuerda mucho al yayo Salvador… es, bueno era, el padre de mi madre… vivíamos en la misma casa… A los padres de mi padre no los conocimos y él, un poco más y tampoco, que murieron muy pronto, primero la yaya Amparo y luego el el yayo Pascual… quedó muy pronto huérfano mi padre de padres y nosotros de yayos de parte de padre…
Y el libro de las Fábulas… con dibujitos en color… era una pieza estimadísima por mi madre… ¿por dónde andará? igual se ha perdido en algunos de los varios cambios de casa que hemos sufrido… supongo… ¡Pero qué bonitas eran!… y de cuánta aplicación a la vida real… en especial siempre recordaré la fábula de la zorra y las uvas… como no las podía alcanzar de tan altas que estaban se autojustificó la carencia… “están verdes” dijo…

También estaba verde esto de las bibliotecas en los pueblos, hasta que llegó la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Valencia (posteriomente y tras fusiones varias, Bancaixa) y puso muchas bibliotecas y muy modernas la mayoría, en muchos pueblos… y el mío fue uno de esos afortunados y… ¡anda que no tardó años el Ayuntamiento o sea, los servicios públicos en hacerse cargo de la biblio…! ¡Una eternidad!… Pero ahí estuvo la gran labor de la entidad de ahorro… aunque supongo que sería una forma más de justificar que era una entidad “social”… que sus buenos dividendos sacarían de las cartillas de los trabajadores… Bueno el caso ya no importa, por lo menos algo hicieron, mientras que los que tenían la responsabilidad pública, no lo hicieron.
Pero mientras escribo todo esto, voy recordando que de crio/adolescente no fui un gran usuario de biblitoeca… quedaba lejos de casa, tenía aficiones varias y muy pronto empezamos a “ayudar a casa”, eufemísticamente también, se llamaba así al empleo infantil y juvenil… pero entonces era un orgullo “ayudar a casa” aunque en ello se nos fuera mucha niñez y toda la juventud… lo de la biblioteca como “santuario” al que uno acude con pasión y asiduidad ya vino mucho más tarde, exagerada y lamentablemente tarde.

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