Pueblos abandonados pueblos en la memoria

12 Marzo 2009

Me acerqué esta mañana hasta Manises, leí en una de esas agencias de noticias comarcales la inauguración de una exposición cuyo título en valernciano es: Pobles abandonats pobles en la memòria”… tranquilidad para todo el mundo que está toda en bilingüe… castellano/valenciano o viceversa… que tampoco es tiempo ya de volver a polemizar en esto de la lengua.
Lo cierto es que la exposición en el sitio que la colocaron no luce mucho… apretadita, sin perspectiva y con una luz que deja mucho que desear… supongo que estos munícipes maniseros no tendrán espacios expositivos de mayor calidad, pero bueno, tampoco es el caso ni el momento de polemizar en cuanto a los recursos culturales de los pueblos (bueno, Manises, tengo entendido que por Real Decreto ostenta el título de ciudad, además Histórica y Laboriosa… ¡ahí es na!)
Entrando en materia, no puedo por menos que expresar la gran desinquietud que me ha producido la contemplación/lectura de los diferentes espacios… Gráficamente y a pesar de las deficiencias de luz y perspectiva visual, me han sobrecogido las imágenes. Me han transportado a un tiempo y un espacio en el que no he vivido pero que, supongo que por empatía he sentido como propios.
Colonias rurales abandonadas o reconvertidas, pueblos desplazados por accidentes climatológicos, espacios fabriles y términos municipales sin rentabilidad, y sobretodo dureza, rudeza en el ejercicio diario de la vida. Gente a la que supongo desafortunada por el tiempo en el que les tocó nacer y posteriormente desarraigada por la poca fortuna que les volvió a tocar en eso del vivir.
Bajo las piedras, bajo las aguas, mostrando los más el esqueleto urbano al azote de la erosión, del gamberrismo, del expolio… Presentan el abandono más absoluto. Pueblos, espacios laborales, educativos, íntimos, convertidos ahora objeto etnológico (afortunadamente para lo que hubiera podido ser).
Me aprieta una mano invisible la garganta, el peso de mi bolso en el que apenas guardo las gafas, la cartera, el mp3… se hace casi imposible de sobrellevar al hombro (bueno, en bandolera como viene siempre conmigo). La sala está completamente vacía, en los veinte minutos que he estado no ha entrado nadie… en la semipenumbra del espacio (a fuerza ahorcan) me dirijo hacia un monitor de tv extraplano… puñetas, no funciona, me decepciono, pregunto al conserje de la Casa de la Cultura… ha petado -me contesta-, ha dejado de funcionar y no sabemos cómo ponerlo en marcha… Una pena -añado- vuelvo a la exposición, recojo un par de catálogos con la finalidad de enviárselos a una buena amiga (damnificada como todos las invisibles presencias que intuyo en la sala), seguro que le gustará… espero con total seguridad que, también le llenara de desinquietud, de tristeza… ella sí lo vivió (ya dije, damnificada)… luego tomaré un cortado con leche natural en la cafetería de aquí mismo… en la esquinita de la plaza y, si nadie lo impide con su presencia molestona, pensaré, repasaré silenciosamente algunas de las imágenes que he visto en la exposición… y quizás también pensaré en las ruinas de Domeño; aquellas a las que nunca presté mayor atención a pesar de haberlas visto infinidad de veces conduciendo mi coche por la carreta que nos lleva a Ademuz… Ademuz por esa carretera… ¡ni se os ocurra!… bonita sí, pero tal y como están las cosas, para matarse…
¡Bienaventurados pues, todos los desarraigados! Que parece que sus descendientes aún no los han olvidado (de momento).

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